Manolo Ríos Ruíz:
"Era la voz. Y era el abismo. Y las fatiguitas de la muerte que le
arrodearon. También el esplendor del cante cañí, del sonido de Jerez, del son
endrino tatuado de chimbiris, escaldillos y almocrafes. Santiago, el barrio
entero, estaba dentro de él como una tagarnina rebelde y viejísima pegada al
corazón y al resuello. Tenía los ojos encendidos y miraba cual si comiera. Se
buscaba el cante, como un poeta moja la pluma en el tintero, y escribía
diciendo con los mejores borrones del alma, zamarreada, un lenguaje genital de
brincos y caías. Nada más con abrir la boca daba razón de su estirpe y de su
música paleolítica. Arrastraba en su sangre gitana una intuición estética y
remota y la ponía de pie, de canto, boca abajo y boca arriba en su arrebato
cantaor, con el compás tan a pellizco como un susto en la madrugá. Así vivió
del cante y para el cante desde que naciera..., áspero perillo jugando al
trinca, jaciendo zaragata, bailando como un trompo sobre un mostrador, sentaíto
en la escalera esperando el porvenir, embrujao con el cigarro y la bebía,
transportándolo y sembrándolo en los reductos del arte, llevándolo más allá de
las primerizas cabañuelas de la copla. Terremoto terrero, montón de tierra que
de repente se hacía pájaro verde del tererebó y nos crujía con el atropello de
su gañote las fibras gozadoras del ser. No hubo gente más primitiva y entera,
ni más genuino sabio que muriera de sí mismo. Le dijo adiós su casta jecha un
rebujón de gandinga, qué negra pena por la pena negra, qué verdad más hermoseá
y más terrible. Fue un artista de nativitate sin estratosfera ni tiempo, porque
era el cante puro y toda pureza es inmortal. Y en su gran inocencia se quedó
trasvolado, pues saber que se ha muerto y verlo enterrar no lo quita del mundo,
sino que es tenerlo para siempre en Jerez".
Juan de la Plata “…Entonces
decía yo de Terremoto que era el mejor cantaor que, entonces, tenía Jerez y
que, además, era un consumado bailaor, como lo fuera su hermano Canelín, el
primero y verdadero Terremoto, entonces en América, donde se llevó varios años.
Desde muy pequeño, cuando yo le conocí, Fernando comenzó ya a destacarse entre
los gitanillos de Santiago, en el cante y en el baile, "no ganándole nadie
a la hora de bailar por bulerías", según escribí en mi primer libro,
"como mandan los cánones de la gracia, del arte y de la elegancia".
Porque, antes que cantaor, Terremoto quiso ser bailaor y lo fue, y grande. Pero
lo suyo, definitivamente, no sería otra cosa que el cante, para el que Dios lo
dotó de excepcionales cualidades y con una voz afillá, gitanísima, con mucho
duende y compás”.
Terremoto, sin dejar el baile, del que se solía acordar
siempre, para darse una vueltecita, cada vez que finalizaba sus actuaciones,
hizo del cante de Jerez su mejor bandera de arte, hasta consagrarse como un
auténtico fuera de serie; especializándose sobre todo en las bulerías, los
fandangos, la seguiriya y la soleá. Sin olvidar otros muchos cantes, los cuales
conocía y ejecutaba con singular maestría.
Cantaor de tablao y de festivales, de teatros y fiestas
bodegueras, Fernando Terremoto, 'El Grande', como yo le llamé una vez, fue un
fuera de serie del cante jerezano. Atesoraba en su garganta todos los quejíos y
los duendes de sus antepasados, de tal manera que su "eco" rompía los
silencios y encendía la nieve del escalofrío y del sobrecogimiento, en momentos
realmente memorables, como aquella vez que cantó, junto a Tía Anica, en el
palaciego patio de columnas de Campo Real, en un homenaje que yo le organicé a
la vieja maestra de baile Mariquita Lucena, con su colaboración y la de otros
estupendos artistas amigos.
Alfredo Arrebola: “En
el cante de Terremoto se encuentran combinados, a mi juicio, todos los ecos
flamenquísimos y gitanos de Manuel Torre y Curro Frijones, cuando Femando solía
quejarse por seguiriyas o por soleares, cuando se estremecía llorando por
fandangos o bien se enardecía por bulerías, en sus momentos de máxima inspiración:
de tal manera recogía y disponía su cuerpo que, a veces, parecía que no
cantaba. ¡Oh sublime expresión artística de aquél que, iniciado en el baile, se
fue por la senda pura del cantel ¡Oh voz idílica de la historia gitana! Porque,
en ella, nos recuerda Terremoto la humillante y legendaria existencia de su raza
que, acogida favorablemente. sufrió los
estigmas desgarradores de la indiferencia y persecución moral. Su voz sigue
presente en la historia flamenca, es perpetua e inolvidable. Es la voz de
Femando Fernández Monje ''TERREMOTO DE JEREZ'', que cantaba con toda su sangre
en ristre y alborotada, que era el cante personificado y lo sacaba de lo más íntimo
del alma”.
Antonio Benítez: “En
Terremoto todo era flamenquísimo, su cante, su baile, su forma de estar sobre
las tablas; rebosaba arte por todos sus poros. Por eso, en una ocasión, creo
que, en Montalbán de Córdoba, empezó a cantar de una forma tan genial, tan
desacostumbrada en estos tiempos, que volvió loco al público y a sus mismos
compañeros artistas, que subieron al escenario y se abrazaron a él emocionados,
mientras el público, mujeres, le arrojaban flores, como a un verdadero
triunfador. Fue realmente inenarrable, inolvidable aquella noche de Fernando.
Como tantas otras, en que ponía en pie a los públicos que lo aclamaban y lo
aplaudían entusiasmados”.
José Manuel Caballero Bonald:
"Fernando Terremoto era un personaje marginal y enigmático. Parecía que
todas sus memorias y conocimientos estaban limitados al mundo gitano de Jerez,
es decir, a una sabiduría analfabeta acaso oxidada por la intemperie, pero de
un extraordinario dinamismo intuitivo. Sus ideas tenían algo de madera
surrealista envinada en las viejas tabernas de su nativo barrio de Santiago. A
mí, me recordaba siempre a algún subversivo intérprete de jazz, en la época de
los cafetuchos de Nueva Orleans, esa otra creación artística de los pueblos
tenazmente sojuzgados con la que coincide el flamenco en tantos trámites
expresivos. A Terremoto lo acosó su propia indefensión humana y tal vez por eso
sólo pudo manifestar su intimidad a través del cante. Si no estaba cantando,
estaba bebiendo en mitad de un nebuloso hermetismo o hablando de cosas cuya clave
sólo él conocía. No podía explicar lo que pensaba sino por medio del atávico
recurso de un grito. Cruzó por la vida como un extraviado, como un humilde y
suntuoso portavoz de su pueblo. Se ha dicho que Fernando Terremoto se
desentendía a menudo de lo que ha venido considerándose como clásicos esquemas
musicales del flamenco. Es muy posible y hacía bien. Terremoto era un
heterodoxo, como lo fueron a su manera los grandes creadores históricos del
cante. A él no le importaba en absoluto la norma codificada, era lo contrario
de un purista, era el afortunado improvisador de una cartesiana anarquía.
Su
orden tenía mucho de caos en desorden. Cantaba con la magnífica libertad de
quien sabe que nunca podrá corromper una congénita integridad cultural. Sus
seguiriyas, sus bulerías, sus soleares permanecerán como otros tantos
paradigmas de identificación con el primario y soberano embrión artístico del
flamenco".
José Marín Carmona: “Un
aspecto que siempre me gustó resaltar de Fernando, es el hecho de que, cuando
este cantaba y, aun cuando el cartel fuese amplísimo como el de la anual Fiesta
de la Parpuja en Chiclana, el silencio, ese algo en ocasiones imposible, se
imponía entre sus propios compañeros de cartel y daba gusto ver como un
Fosforito, un Lebrijano, un Villar, un Turronero, una Fernanda o una Bernarda,
por citar sólo algunos nombres, se acercaban a los laterales del escenario para
escucharle con religiosidad y ser los primeros en aplaudirle cuando la voz
gitana de Fernando, como de navaja, de tribu en destierro, se adentraba en los
corazones al cantar por siguiriya, soleá, bulerías, fandangos, tientos... La
admiración de sus propios compañeros, el reconocimiento para el arte cantaor
del gitano de Jerez por quienes antes o después habrían de subir al escenario a
darlas todas, fue algo que siempre me maravilló”.
Agustín Gómez:
"Cuando nos pasamos toda la vida midiendo el cante; en su línea melódica,
en sus compases y ritmos, en sus cadencias y variaciones, antecedentes y
consecuentes; haciendo cábalas entre lo posible y lo no posible, venía de
pronto un burujón -porque lo de Terremoto eran burujones de cante- de su voz y
nos sacudía de tal manera que nos hacía perder todos los esquemas, todos los
papeles, y nos daba la voltereta, nos envolvía en su torbellino y nos ponía a
vender miel de gota, molletes calientes o pepitas de girasol: la locura. Todos
los esquemas, todas las etiquetas; todos los casilleros se desordenaban, la
flamencología se hacía cuento de pan y pimiento, y a uno le daban ganas de
olvidarse de todo y entregarse a la vorágine, al frenesí soberano del
sentimiento".
Manuel Morao: “Terremoto fue un
cantaor muy honrao, artísticamente y personalmente, además de tener una voz
portentosa, de las pocas voces portentosas que hemos tenido. Si hubiera nacido
ahora una voz importante de la altura de ‘Terremoto’ o parecida, esto sería
otra cosa. Él tenía las condiciones adecuadas para el sitio que ocupó, pues
además de su voz, tenía eco, tenía facultades, tenía melosidad en su voz cuando
cantaba, tenía bajos, tenía media voz, tenía altos… En todas las tesituras
sonaba. Hoy no suena casi nadie nada más que en una.”
Antonio Núñez Romero:
“Fernando poseía un duende exquisito, que tenía jondura y pureza, adobado con
estremecedoras melismas y compás. Poseía, además, una gran facultad, un
soberbio quejío y una voz rota y redonda, como nadie”.
Ángel Álvarez Caballero
“Fernando Terremoto, gitano de pura cepa, es un cantaor fuera de serie, es un
fenómeno. Lástima que un temperamento imprevisible le lleve con frecuencia a
soluciones heterodoxas si no, sencillamente inoperantes. Pero cuando canta de
verdad, como él sabe hacerlo, el cante de Jerez encuentra quizá su más genial
intérprete, con duende y con ángel, con una voz rota pero llena de musicalidad,
con ecos de un rajo ancestral que estremecen”.
Edgar Neville:
"El Terremoto de Jerez es primero una personalidad y, segundo, un cantaor
de alto rango. Su cante por soleares y por seguiriyas es de primerísima
calidad, así como el martinete. En los cantes chicos, las bulerías, por
ejemplo, es muy bueno y canta muy gitano y, sobre todo, al final de éstas, sale
bailando unos desplantes con tal gracia, con tal ritmo, tan fenomenales, que,
si en vez de durar unos segundos durase tres minutos, no habría nadie en el
arte que se atreviera a bailar después. El baile de Terremoto es un monumento,
precisamente por no tener él un tipo esbelto de bailarín ni nada que
físicamente ayude a su arrancada, es su baile el que tiene esa extraordinaria
belleza y ese duende fabuloso y auténtico que nos prende la garganta".
Antonio Hernández: Fernando
Terremoto era el brujo de la tribu y por eso nos daba el conocimiento bronco,
la noticia de que, sí todo muere, en un momento, en el momento del grito, la
vida se detiene y crea la inmortalidad. Fernando Terremoto, en sus momentos de
cólera y ternura, era el mejor cantaor que mi estremecimiento ha gozado y
padecido.
Manuel Ríos Ruiz: Terremoto
fue su nombre y nunca hubo en el cante un cantaor mejor nombrado. Escuchándole,
nos apercibíamos de que cantaba por todos, por los vivos y por los muertos.
Cuando alcanzaba cierta situación límite, quizás el abracadabra de la jondura,
su arte era una alucinación, un relámpago de belleza oscura sobre las formas
del cante.
Ángel Álvarez Caballero: Era
ciclotímico, es decir, que pasaba rápidamente de la alegría la tristeza y
reaccionaba con la misma inmediatez al ambiente que le rodeaba. Ése era uno de
sus grandes misterios: era un hombre seguro de sí mismo, que llenaba de
inmediato el lugar donde se encontraba, o el escenario donde se presentaba, y
la facilidad en el cambio de su estado anímico. Todo ello influyó en que, aun
siendo un cantaor de muchos y personales estilos, su temperamento hipertímico
le inclinaba o a la alegría desbordante de las bulerías o a la profunda
tristeza de las seguiriyas.
Poseía un increíble quejío, una voz rota y redonda, si no
afillá, de gran flamencura. Cantaba como nadie -si le cogía bien, como decía Morao-
soleares, seguiriyas, malagueñas, tientos, martinetes, fandangos personales,
que muchos comenzaron a llamar fandangos terremoteros; de las bulerías era un
consumado maestro.
Terremoto de Jerez fue la personificación del duende
flamenco, y a medida que pasa el tiempo esto parece acentuarse más. Tenía una
forma de decir, de expresar, que captaba al oyente sin que éste pudiera
explicar el misterio de su cante. Incluso si se le olvidaban las letras y
repetía los tercios, o se limitaba a tararear la música, lo que él hacía era
casi siempre sorprendente, de una belleza difícil de calibrar. Pocas veces el
duende ha tenido una significación que haya conferido más jondura al cante, una
mayor flamencura en Ja voz, una más grande anarquía -en el buen sentido del término-
decidora y cantaora.
Cuando Terremoto estaba inspirado, lo que ocurría con
cierta frecuencia, no había cante jondo más exquisito. Era necesario pararse a
escucharlo, y de hecho sus compañeros de carteles en festivales y otros
acontecimientos lo hacían, se acercaban a los laterales de los escenarios en
riguroso silencio para oírle adecuadamente. Y este duende le acompañaba ya
desde chiquillo, cuando bailaba. Y fue creciendo en él a medida que él crecía y
se hacía un hombre. Ese algo inexplicable que es el duende radicaba en
Terremoto con absoluto señorío, de una forma dominante y trascendental. Era
cierto que cuando no estaba inspirado el duende lo abandonaba y podía cantar
peor que nadie en el mundo, pero cuando cantaba inspirado era una gloria oírle.
Antonio Reyes Marín: Pasó
por la vida como un iluminado, quizás extraviado, humilde y señero, ilustre
analfabeto, pero sabedor de todos los valores de su pueblo, los de su sangre
cañí. Y por todo ello nos legó toda la enigmática sabiduría de su duende.
Manuel Soto, Sordera de Jerez:
"En este siglo ha sido punto y aparte de todo lo demás. A mí me gusta en
el flamenco la gente que canta puro y que me llega. Fernando siempre creaba,
nunca cantaba igual, con esa voz incomparable..., pero le faltaba cabeza. Terremoto
transmitía con su eco de voz, era salvaje; los cantaores que cantan con cabeza
no pueden transmitir tanto, no se pueden romper".
Manuel Ríos Ruiz:
“Terremoto, su cante era - ¿es? - una ráfaga alucinadamente sonora, real y
surrealista a la vez. Su voz, con solo surgir, alzarce y proferir sonidos
jondos, abismales, enigmáticos, nos valía de por sí misma, porque en ella se daba
lo que podríamos llamar la orza del cante, esa órbita de la que brota lo airoso
desde lo más profundo, una expresión tan densa y escalofriante en sus quiebros
y rompimientos que eleva como un levante los adentros.
Escuchando a Terremoto
nos apercibíamos de que estaba cantando por todos, por los vivos y por los
muertos. Por eso su importancia artística está fuera de cacho y de techo,
porque llevaba el son, el júbilo y el dolor de su raza dentro de la carne, y
era ejemplo máximo de esa tendencia a lo espiritual que caracteriza lo
verdaderamente jondo, pues aunque dejara de pronunciar un verso entero de la
copla, no importaba lo más mínimo, su sentido quedaba adivinado, intuido,
explícito en el quejío, en el deje, en la "caía" melódica, intrínseco
en lo embrionario, ya que así no solamente suplía a la palabra, sino que
rebasaba su significado en grandeza expresiva a fuerza de pureza y atavismo.
Terremoto nació para el cante y puede decirse que murió cantando. Fue un gitano
"peazopan" y un artista irrepetible que alcanzó momentos sublimes,
actuaciones inenarrables”.
Agustín Gómez: “Lo
suyo era la comunicación pura, la sensibilidad extrema, la identificación total
con su naturaleza andaluza, flamenca y jerezana. Imposible que de él saliera un
gato. Se dice de otros cantaores que es imposible que cante mal porque no
aprendieron a cantar mal. De la misma manera, de Terremoto no se puede decir
jamás que no fuera verdadero, que no fuera auténtico, por la sencilla razón de
que estaba incontaminado, por la sencilla razón de que se mantenía en estado de
pureza, de inocencia flamenca sin influencias perniciosas para su arte. El sólo
había vivido flamencamente, ¿Aprendió a cantar Terremoto en alguna etapa de su
vida? Él no necesitó aprender; él era el cante, su cante”.
Varios de sus biógrafos
cuentan que, en el entierro de su madre, por la que sentía una gran devoción,
permaneció en todo momento en silencio, sin decir ni media palabra, hasta que
rompió en un grito espeluznante por seguiriyas. Terremoto no tenía otra forma
de expresar sus sentimientos, vivía para el cante, reinaba en su cabeza las 24
horas el cante.
Manuel Morao: ''Cuando Fernando estaba
inspirao hacía una verdadera creación con lo que cogiera, con el cante que
cogiera; era un genio del cante gitano... Va a dejar su cante hecho como una
reliquia que va a quedar en la historia. Las cosas buenas, porque también tiene
cosas grabadas muy malas, pero las cosas buenas que tiene van a dejar una gran
creación... Yo creo que era todo intuitivo. Lo tenía todo dentro, lo tenía en
la sangre, lo tenía en el alma, lo tenía en el corazón. Era un hombre que no
sirvió más que para cantar; él no sabía leer, no sabía escribir, no sabía hacer
nada más que cantar, cantar bien cuando le cogía bien, cuando le cogía mal,
cantaba mal... Cuando estaba inspirao y tenía ese, ese, esa luz. que no sabemos
lo que es, entonces lo que echaba fuera era un brillante, una cosa
extraordinaria. Cuando cantaba mal, cantaba peor que todos los cantaores que
hayan cantao mal. Él algunas veces me decía: 'He cantao mu mal, ¿no, compare?'.
Digo: 'Has cantao mal no, peor'. Dice: 'Bueno, pues otra vez cantaré
mejor".
José Blas Vega: “Heredero
de los sonidos negros y de las posturas vitales de Manuel Torre, es Terremoto
de Jerez quien cierra la historia de la siguiriya jerezana, Hoy por hoy él era
un compendio del cante de Jerez, una representación viva, llena de expresión y
comunicación, porque a su heterodoxia musical y literaria le basta con la voz, con
su cante, Voz enjundiosa, rota, redonda, afillá, cantaora como pocas, con
sonoridad propia. Él es la voz. Su cante es clásico y rebelde, con acento
personal, creado día a día”.
Juan de la Plata: Tenía
dentro de su pecho gigante, monstruo del mejor cante, un corazón de niño,
amasado de negros arpegios y trémolos de arte. Cantaba y bailaba con el corazón
en la mano, dando a Jerez gloria y alegría. Era un duende de Santiago, que nos
entregaba en cada copla su propia vida, el aire que respiraba, la armonía de su
grito desgarrado, hecho siguiriya, soleá o bulería.
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